La historia de Josefina

 Hola!

Hoy os traigo una historia,

¿espero que os guste mucho!



La larga vida 

de Josefina






Se cuenta que en aquella aldea vivía una anciana bruja conocida por sus terribles hechizos. Un día llegó a la casa de la bruja una chica joven, llamada Alba, de unos veinticinco años, con ojos azules, melena rubia y piel clara. Alegre como un girasol Alba era siempre la alegría del pueblo en el que vivía, Buyiwey. Ella era la mensajera asignada para el pueblo de Buyiwey y sus alrededores, en los cuales vivía la bruja. La bruja era todo lo contrario a la muchacha. Josefína, tenía más de cien años, el poco pelo que tenía era de color blanco nieve. Su cara estaba llena de verrugas y aunque se echaba crema de ancas de rana y sapo para los granos, nada podía quitárselos. Sus ojos eran de un negro ceniza y tenía la mirada perdída. 


Pero, no nos desviemos del tema. Alba, plantada delante de la puerta de la casa de la vieja bruja con un paquete en las manos. Josefina tardó mucho en abrir la puerta, lo cual para la mensajera fue un suplicio; ya que entregaba ese paquete y se podía ir a su casita con su familia. Cuando la puerta se abrió, Josefina salió a recoger un paquete que ni siquiera ella había encargado. Cuando se dio cuenta de que era, entró rápidamente en su casa, cogió unas tijeras y se dispuso a cortar el envoltorio. Dentro de la misteriosa caja, había otra caja más pequeña. Dentro de esa cajita había un cuaderno. Un cuaderno gastado y sucio. Un cuaderno que había soportado muchas lágrimas. Un cuaderno que había celebrado infinitas victorias. Un cuaderno con una vida entera sin contar. Un cuaderno que en la portada ponía “DIARIO”. Seguramente, ahora mismo no lo entiendas, pero has de saber, que Josefina, antes de ser una bruja piruja. Era una mujer bella con el pelo negro carbón y con una sonrisa, una sonrisa que deslumbraba a todos los hombres que se cruzaban con ella, inclusó a los más tímidos. 


Josefina se preparó con chocolate caliente y unas palomitas y se dispuso a abrir ese diario que tanto la había servido cuando era pequeña. 


Estuvo en su cuarto viendo, leyendo y viviendo esas aventuras que el cuaderno le proporcionaba. Esas aventuras que la habían hecho meterse en líos, líos gordos o líos no tan gordos, líos de los que salía victoriosa o perdiendo, líos que la dejaban sin nada o con todo y un poco más. Cuando acabó lo primero que hizo fue ir al baño, en el cual estuvo una hora entera, después comer a mansalva y por último echarse una siesta de un par de días. En sus propios sueños recapacitó acerca de todas las cosas que había hecho, de sus pensamientos, acciones y deseos hacia otras personas. Se dió cuenta de que debería haber pedido perdón a muchas personas y muchas gracias a otras. 


A la mañana siguiente bajó a Buyiwey a comprar un par de cosas que necesitaba para el próximo día. Cinco coles, tres libros, dos puerros, siete túnicas negras, un filete de ternera de dos kilos y medio… Al llegar a casa, la pobre, no podía más así que en cuanto llegó a su casa, comió las lentejas de la semana pasada y se echó una siesta de 3 horas. Al despertarse, Josefina preparó la maleta, metió en ella todo lo que la cabía, cenó y se durmió a las 200 horas (lo que en la Tierra son aproximadamente las 9 y media de la noche)


A la mañana siguiente, la bruja se fue en escoba a su ciudad natal, Brujllys. Allí, se disculpó de todas las personas a las que tenía que pedir perdón, y agradeció a otras tantas su ayuda. Al terminar, como por arte de magia, la mayor bruja se convirtió en una joven y guapa chica de veintisiete años.



Al cabo de los años, Josefina se casó y tuvo tres hijos en Buyiwey. Josefina tenía una vida normal, en una casa normal, en un pueblo normal. Su pasado de bruja quedó atrás, ya solo ella; conocía su pasado. 


De vez en cuando cuando los niños de hoy en día no piden perdón o se les olvida (intencionadamente) dar las gracias, se les cuenta la historia de Josefina. Así saben que es mejor pedir perdón o gracias que callarse la boca y podrirse.





Fin



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